miércoles, 28 de mayo de 2008

La obscenidad del poder ilimitado

Mencionemos brevemente las respuestas que ofrece el psicoanalista Moustapha Safouan durante una entrevista[1], para referirse a la situación de la institución familiar moderna al interior de la cual se presenta un importante cambio en la conformación y diferenciación subjetivas que se reflejan en los problemas de la legalidad y en la relación con los límites y el poder que el capitalismo actual está generando. La referencia institucional de la familia se concibió tradicionalmente como una relación de tres: el hijo y los padres.
En esta constelación de relaciones, el lazo del niño y la madre, es triangulado por un tercero de la referencia a la normatividad y la ley que impone la inaccesibilidad del objeto de deseo al interior de la constelación familiar. El tercero que aquí aparece señala los límites, la finitud, la imposibilidad radical que cierra el paso a la inconmensurabilidad y al “sin límites” a la que tiende la identificación dual del narcisismo, por ejemplo en la relación madre hijo. El tercero que hace de soporte para ese límite es el padre en tanto función identificada a la ley. En la medida en que la ley, como componente de la estructura simbólica (presentado por Pierre Legendre en la secuencia derecho romano-judeocristianismo-industrialización planetaria), deja de tener eficacia de una manera paulatina pero constante. Las consecuencias nos muestran que se diluye la función estructurante que introduce la prohibición –legal y antropológicamente concebida como necesaria para que una sociedad pueda reproducirse–.
La manifestación pública del desmontaje y “desregulación” de la ley articulada al padre, se puede observar en muchos casos de corrupción y ambición de poder o de riqueza que se ostenta prácticamente como ilimitada. En dichas manifestaciones el sujeto, como hijo de una madre que requiere de la referencia constante del tercero, se convierte él mismo en la referencia, en la ley, y se mueve en las aguas de la identificación narcisista para convertirse en causa de sí mismo y hacedor de su propia ley. Llegado este punto, el sujeto vive en la ilusión de que todo puede hacerse sin límite alguno, sin culpabilidad y sin deuda alguna con la ley o el prójimo. La trasgresión de las leyes se convierte entonces en una necesidad para demostrarse a sí mismo y al otro de la dualidad que se está por encima de todo límite y entonces la voluntad personal se convierte en ley:

La falta de ética de estos tiempos, la ambición de la inmortalidad, la corrupción en los más altos niveles del poder; tienen sus raíces en una cuestión metafísica: el asalto a la morada de los dioses.[2]

Es el mismo asalto que realiza Edipo a la zona divina al transgredir el límite propiamente humano e ingresar a la zona imposible para los humanos y donde habitan solamente los dioses. La fatalidad en el destino para quien transgreda aquellos límites es la respuesta que imponen a los mortales.
Es por cierto una temática que atañe a lo que ha estado ocurriendo en México en su historia reciente. Se trata de esa combinación de dos conjuntos de variables. La primera se refiere a la lógica de la privatización impulsada desde el Estado que transforma las formas institucionales de la economía anteriormente controladas o reguladas por el Estado, privatizando lo que antes era público. El segundo conjunto de variables se refiere a la forma de poder que ha distinguido a la cultura política del país, sin límites precisos, las posiciones del poder acercan a los gobernantes a lo ilimitado, a situarse ellos mismos como la ley y colocarse por encima de toda Ley, esto se traduce en ambición irrefrenable por una riqueza ilimitada, en esa dinámica de enriquecimiento para la cual la impunidad parecería estar garantizada.

En El Capital[3], Marx distingue entre el atesorador y el capitalista. El primero, nos dice, no es otra cosa que el capitalista trastornado; el segundo, en cambio, es un atesorador racional. Son diversas las implicaciones de esta interpretación que Marx toma de Aristóteles para hacer su reflexión crítica en El Capital. ¿Cómo hacer una lectura de esa tendencia a lo ilimitado, en la figura del enriquecimiento, el poder o el goce?.
Aristóteles en su Política establece una diferencia entre crematística y economía. La primera es una actividad que tiende al sin límites, en donde el fin mismo se orienta a un absoluto; mientras que la economía sería una actividad limitada a objetivos específicos planeados y concretos, un medio dice el estagirita, y no un fin de enriquecimiento en sí mismo. El sistema actual de producción industrial se corresponde, desde luego, a la crematística, ese imperativo de crecimiento en el que no se conciben los límites, que sin embargo existen, por ejemplo en el hecho de que los recursos naturales no renovables encontrará tarde o temprano su frontera infranqueable. El objetivo de enriquecimiento ilimitado responde también a una lógica en la cual se pretende el poder de una manera ilimitada, es decir tendiente a lo absoluto.
Los sujetos que el sistema capitalista genera se orientan por la divisa de esta ideología del “sin límites”, el “todo es posible”, el sujeto soberano, de la nueva realidad ante el mundo de los negocios, el poder, la economía y las instituciones, ¿para qué los límites?.
[1] Entrevista realizada por Hugo Beccacece, periódico Reforma, sección “El Ángel”, 11 de agosto de 1996.
[2] Ibid
[3] Carlos Marx, El Capital, vi,

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