martes, 7 de junio de 2011

Desregulación de la ley

Desregulaciones de la Ley




El delito forma parte a todo tipo de actividades lucrativas plenamente legalizadas. Cada cultura, cada sociedad tiene sus formas particulares de corrupción y de transgresión de la ley. Podríamos decir que la corrupción forma parte del fantasma del orden gubernamental, es decir, le es inherente. No se trata de que exista la transgresión en los gobernantes, sino que es la esencia del gobierno, su modus operandi. Sin ella, no hay organización social del poder. Constante y compulsiva, la transgresión es un efecto de la ausencia de articulación entre Ley e instancia de lo real que detente el punto límite. No se anudan, el padre muerto ha dejado de existir. No se le puede matar para hacerlo existir en una infructuosa operación que termina siendo fallida. La referencia a lo imposible ha dejado de existir. El lugar de lo imposible ha sido tomado por la organización empresarial y los negocios. La desregulación de la Ley sigue avanzando con sus inevitables consecuencias. ¿Hasta donde llegara la ausencia de referentes? De ahí la pertinencia teórica y práctica del psicoanálisis y la participación de los psicoanalistas sobre el tema.

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Haber conocido adolescentes infractores y hablar con ellos me mostró otra cara de la transgresión desde una perspectiva clínica. La transgresión de los adolescentes, en algunos casos, pude ser el acto que precipita un intento de hacer el llamado a la ley del padre ausente. El encierro los apacigua, les permite seguir viviendo, sin hacerse matar, y en ocasiones pueden tener el encuentro con un “terapeutas” con conocimientos psicoanalíticos, con quienes pueden hablar de lo que les sucede. En el encierro de cualquier manera encuentran una ley que sustituye la ley del padre, es la ley del grupo que impone sus formas de operar la transgresión de manera despiadada.

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José Alfredo, el preclaro poeta de la canción supo plasmar esa realidad del folclore nacional al referirse al rey, un desdichado “sin trono ni reina” que se sostiene desde el puro narcisismo: “hago siempre lo que quiero” y para rematar: “y mi palabra es la ley”. Claro que cuando pasamos a la esfera del poder y el gobierno, esta realidad del folclore poético de la decadencia se torna ominosa, pues el funcionario que actúa haciendo lo que quiere y convierte su voluntad en ley, y las cámaras (de senadores y diputados) aprueban haciendo lo que quieren, esas propuestas salidas de sus ilustrados entendimientos, dan como resultado la realidad que tenemos ante nosotros.

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